"Te querré siempre, princesa", me ha dicho hoy.
Acércate, amor mío.
Acércate, déjame sentir tu calor.
Deja que tu piel empape mi alma, sedienta.
Esta noche necesito sentirte cerca.
Necesito palpar tu aire,
sentir tu voz,
saborear tu sonrisa
grande, abierta, generosa.
Dime, mi amor,
pues mis oidos son golosos,
que me quieres.
Dime que ya la luna no alumbra
si no es mi mirada la alumbrada.
Dime que las mareas no alcanzan,
que el sol es apenas un foco,
que el viento se paraliza
si no los ilumina mi mirada.
Que se acabarán los días
antes de que tú renuncies a mi amor.
Dime que la noche
es un largo desierto sin mi sonrisa.
Dime que los días
no son sino una condena
sin la bendición de mis besos.
Dime, mi amor, que te oiga bien claro,
que tus labios están yermos,
que tu cintura languidece,
que tu pecho marchita
sin mis besos,
sin mi abrazo,
sin mi caricia.
Dime, reina mía,
que nada puede medirse
con tu amor;
sobran escalas, pesos, medidas.
Dime que el aire,
cada vez que entra,
cada vez que sale,
lleva mi ritmo impreso,
mi acento.
Dime que no hay mañana sin mí.
Ni hoy.
Ni tiempo.
Dime, mi dulce niña,
que eres el siempre de mi siempre,
la palabra de mi poema,
el agua de mi mar,
la vida de mi vida.
Dime, mi niña,
que me amas.
Porque entonces podré decir
que mi alma, mi corazón,
mi vida, mi aliento
jamás tuvieron otro dueño
que tus ojos.
Dime que ese pedazo sublime de mundo
no pertenece a nadie salvo a mí.
Entonce te diré, con el corazón henchido de luz,
que te amo sin remisión, con locura.
Déjame sentir tu voz.
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